En los valles sombríos de Irán, donde el zumbido de la maquinaria resuena durante la noche, emerge una nueva generación de trabajadores: no agricultores de la tierra, sino mineros del éter digital. ¿Su cosecha? Bitcoin. ¿Sus herramientas? Electricidad subvencionada y la astucia de la desesperación. La red eléctrica, que alguna vez estuvo al servicio del pueblo, ahora gime bajo el peso de su codicia, mientras los reguladores, armados con órdenes judiciales e ira, persiguen a estos forajidos de hoy en día.
“Un paraíso para los mineros ilegales”, declaró Akbar Hasan Beklou, director ejecutivo de la Compañía de Distribución de Electricidad de la provincia de Teherán, con una mezcla de exasperación e ironía. La energía barata, las conexiones encubiertas y el manto de la oscuridad han transformado partes de esta antigua tierra en un refugio para quienes buscan encontrar oro digital. Pero el paraíso, como siempre, tiene un precio: uno que pagan la red y las personas a las que sirve.
La proliferación de las sombras
Beklou habla de 427.000 dispositivos mineros, cuyas luces parpadean como luciérnagas en la noche, pero el 95% de ellos operan en las sombras, sin licencia y sin restricciones. Juntos, devoran 1.400 megavatios de energía, un festín que deja a la red muerta de hambre. Han comenzado las redadas, pero los mineros son esquivos, sus plataformas están escondidas en fábricas y sus medidores forjados con la precisión de un maestro artesano. Sólo en Teherán, se cerraron 104 granjas y se confiscaron sus máquinas: una mera gota en el océano de esta economía sumergida.
Los ejecutivos de servicios públicos susurran sobre cientos de miles de máquinas, un ejército silencioso que marcha al ritmo de la cadena de bloques. Algunas operaciones están protegidas y sus vínculos con grupos vinculados al Estado constituyen un escudo contra la ley. La aplicación de la ley es un mosaico, un juego del gato y el ratón en el que los ratones a menudo burlan a sus perseguidores.

El encanto de lo prohibido
¿Por qué este frenesí? La respuesta está en el precio de la energía: barata, subsidiada e irresistible. Las sanciones han convertido a las criptomonedas en un salvavidas, una forma de eludir el dominio absoluto de la banca internacional. Tanto los grupos pequeños como las grandes redes aprovechan las conexiones industriales, y sus equipos funcionan en almacenes y fábricas. Es una danza de ingenio y desesperación, donde la línea entre supervivencia y explotación se desdibuja.
Sin embargo, la respuesta del Estado es desigual. Las redadas siguen a los apagones y se ofrecen recompensas por los soplos. Pero los mineros son rápidos, sus dispositivos portátiles y sus métodos en constante evolución. A menos que se endurezcan los precios y la aplicación de la ley, este juego continuará: un salvaje oeste digital donde la única constante es el cambio.
Y así, Irán se encuentra en una encrucijada, con su red tensa, sus reguladores cansados y sus mineros impertérritos. En esta tierra de sabiduría antigua, se desarrolla un nuevo tipo de fiebre del oro: una que promete riqueza, pero a un costo que puede ser demasiado alto para soportarlo. 🤑⚡
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2025-11-04 08:13