En 1972, Tove Jansson escribió «El libro de verano», una obra que, si bien no es una autobiografía, contiene elementos de una memoria. La trama es escasa y se centra en el dolor y la curación discretos, al mismo tiempo que refleja la profunda conexión de Jansson con la isla aislada en el Golfo de Finlandia donde era propietaria de una sencilla casa de verano. Fueron necesarias más de cinco décadas para que esta querida novela fuera adaptada al cine, lo cual no es sorprendente dado su sutil vínculo autoral y su narrativa discreta. En su cuarta película, el director Charlie McDowell intenta hacer justicia a esta tarea, capturando con éxito algo del encanto nostálgico y bañado por el sol de los escritos de Jansson, incluso si no alcanza la belleza tranquila y profunda de su prosa.