A la sombra de un mercado que se desmorona, donde incluso los sueños más audaces de un Bitcoin de 100.000 dólares ahora parecen tan fugaces como la esperanza de un campesino para la primavera, El Salvador ha redoblado su apuesta quijotesca. Con una billetera llena de BTC y un corazón aparentemente tallado en granito, la nación continúa su ritual de acumulación, como si los dioses de las finanzas pudieran algún día bendecir su libro de contabilidad con misericordia, o al menos con ganancias.
La obsesión de una nación
Un martes sombrío, la Oficina Bitcoin desveló su último triunfo: 1.091 BTC adquiridos, una suma que haría llorar a un capitalista. Al precio actual, esto equivalía a casi 100 millones de dólares, una cifra tan asombrosa que podría rivalizar con el PIB de una pequeña república bananera. El presidente Bukele, siempre el Don Quijote digital, compartió una captura de pantalla de su hazaña semanal: 1.098,19 BTC añadidos, hinchando el tesoro a 7.474,37 BTC. Según DropsTab, este alijo ahora brilla con una ganancia no realizada de 264,63 millones de dólares. Uno se pregunta si los fantasmas de Marx y Keynes se están riendo desde la tumba.
Esta incesante ola de compras llega cuando Bitcoin cae por debajo de los 90.000 dólares, un precio mínimo no visto desde los días en que los esquemas Ponzi aún estaban recién salidos del horno. Los mercados globales, en su infinita sabiduría, han elegido este momento para entrar en pánico como un niño pequeño arrojado a un charco de liquidez.
La fe inquebrantable de una república bananera
La acumulación diaria de BTC en El Salvador (1 moneda por día, como el voto de un monje) se ha convertido en una parábola moderna de arrogancia. Desde 2021, cuando el país declaró al Bitcoin moneda de curso legal, se ha aferrado a su visión con el fervor de un fanático. Sin embargo, en las bulliciosas calles de San Salvador, el dólar estadounidense sigue siendo el rey indiscutible, mientras que Bitcoin persiste como un heredero olvidado al trono. El gobierno, sin embargo, sigue adelante, sin inmutarse por la severa reprimenda del FMI o los susurros de fatalidad fiscal.
La súplica del FMI: ignorarla
A principios de este año, el FMI, esa venerable institución de sabiduría económica, suplicó a El Salvador que abandonara su atracón de BTC. A cambio de 1.400 millones de dólares, ofrecieron pasar por alto las locuras fiscales del país, si tan solo dejaran de comprar Bitcoin. Bukele, siempre el negociador, hizo que la aceptación de BTC fuera voluntaria pero mantuvo viva la estrategia de acumulación, como si dijera: “Seguiremos nuestras reglas, muchas gracias”. Ahora, El Salvador ocupa el quinto lugar en tenencias gubernamentales de BTC, sólo detrás de Estados Unidos, China y el Reino Unido. Uno se imagina a los británicos asintiendo con aire de suficiencia, con sus tazas de té humeando con superioridad.
Un mercado en peligro
La reciente caída de Bitcoin provocó conmociones en Asia, donde los tenedores a corto plazo liquidaron 148.000 BTC con pérdidas. Los analistas, siempre optimistas, señalaron que esto se parece a los “picos del ciclo anterior”, un eufemismo para decir “estamos condenados”. La compra de 100 millones de dólares por parte de El Salvador, una mera gota en el océano de la desesperación, ofreció un consuelo fugaz. A medida que el mercado se tambalea, todas las miradas se vuelven hacia los tenedores a largo plazo, quienes podrían absorber el dolor o enviar los precios al abismo. Al final, lo único que se acumula más rápido que BTC es el temor existencial de quienes se atrevieron a apostar por él.
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2025-11-18 20:51