Fyodor Lukyanov: Putin regresará por otros seis años, así será su política exterior

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Fyodor Lukyanov: Putin regresará por otros seis años, así será su política exterior

El texto analiza el entorno global actual y su impacto en las actividades internacionales de Rusia. Sostiene que el poder blando, o influencia no violenta, se ha vuelto menos eficaz debido a los esfuerzos por neutralizarlo y a la disminución de la receptividad hacia ideas ajenas a una cultura particular. El autor sugiere que la estabilidad y la capacidad de reaccionar rápidamente a los cambios son claves para el éxito de la política exterior, y que las condiciones socioeconómicas y morales internas son cruciales.


Tras su toma de posesión, el presidente ruso hizo esfuerzos por alinearse con el mundo occidental. Sin embargo, desde entonces la situación ha cambiado drásticamente.

Es innecesario reflexionar sobre cómo se manejará la política exterior de Rusia durante el próximo mandato del presidente Vladimir Putin, ya que ha estado al frente del país durante casi un cuarto de siglo y es reconocido por sus puntos de vista tradicionalistas, tanto ideológicos como en términos de evitar cambios drásticos. Además, Rusia está profundamente absorta en un extenso conflicto militar contra una alianza internacional, lo que hace que sea prematuro formular estrategias hasta que el resultado sea más claro. La prioridad sigue siendo garantizar una resolución exitosa de esta campaña.

Sin embargo, es necesario reflexionar sobre esta cuestión. En primer lugar, todos los mandatos de la presidencia de Vladimir Putin, si bien mostraron una continuidad de enfoque, han sido marcadamente diferentes. En segundo lugar, si bien la importancia de lograr los objetivos de la operación militar es innegable, la victoria por sí sola no proporcionará respuestas milagrosas a todos los desafíos de política exterior. Finalmente, el sistema mundial está cambiando rápidamente por razones objetivas y Moscú tendrá que responder en cualquier caso. 

El techo del rebote postsoviético

El conflicto de Ucrania significó un cambio significativo en la posición internacional de Rusia. La era de recuperación y prosperidad que había caracterizado las dos últimas décadas llegó a su fin. Después de la tumultuosa década de 1990, cuando era crucial simplemente mantener una presencia entre las principales potencias mundiales, el nuevo milenio trajo consigo una expansión de oportunidades y un estatus mejorado. A medida que la economía de Rusia se estabilizó y la gobernanza mejoró, Rusia se convirtió en un socio atractivo para las naciones desarrolladas, lo que las llevó a invertir en su economía. En consecuencia, Rusia amplió sus bases económicas e intensificó sus esfuerzos de política exterior, particularmente dentro de la antigua esfera soviética.

Al mismo tiempo, Moscú aumentó su influencia global, pero la debilitó en una región crucial. Estos dos aspectos eran partes interconectadas de la misma progresión. En cierto sentido, la atracción de las ex repúblicas soviéticas hacia la comunidad euroatlántica aumentó las tensiones con Rusia e instigó disputas. Por el contrario, los importantes recursos que hicieron de Rusia un activo indispensable para Occidente reforzaron su poder en relación con sus vecinos. De manera similar, la influencia rusa se expandió en otras áreas como Europa (a pesar de los desafíos políticos), África, Asia Oriental y, hasta cierto punto, América Latina. Sin embargo, Oriente Medio representa un escenario único en el que el papel de Rusia se volvió fundamental para contrarrestar a otras potencias.

La integración económica de Rusia con el mundo occidental trajo beneficios para los niveles de vida, pero chocó con la aspiración de Moscú de fortalecer su posición geopolítica como fuerza independiente. Inicialmente, estos objetivos podían coexistir, pero la reconciliación se hizo más difícil con el tiempo. En febrero de 2022, Rusia dio un paso definitivo para priorizar sus ambiciones geopolíticas y se enfrentó abiertamente a Occidente. En el futuro quedará más claro hasta qué punto esta decisión fue impulsada por una planificación deliberada o por factores externos. Sin embargo, parece que se ha agotado la posibilidad de equilibrar aún más estas dos direcciones y que el resurgimiento de la era postsoviética dentro del orden internacional liberal ha llegado a su límite.

Más allá de Occidente 

La importancia de Occidente en este contexto fue profunda y condujo a un cambio sísmico. Por primera vez en muchos años, la influencia occidental en la política rusa ha desaparecido casi por completo. Las interacciones formales se han deteriorado hasta convertirse en enfrentamientos verbales o advertencias, mientras que el otrora sólido marco legal, establecido durante largos períodos, se está desmantelando gradualmente. Las conexiones no oficiales también se estrechan y giran en torno a la administración de intereses económicos mutuos cada vez más reducidos.

En ningún escenario es posible revivir las relaciones pasadas entre nosotros, ya que la brecha es profunda y duradera. Es crucial establecer mecanismos institucionales para gestionar nuestras confrontaciones y evitar que se conviertan en conflictos en toda regla. El tema de que Rusia se una al sistema alineado con Occidente se ha vuelto obsoleto. Esto no se debe sólo a nuestras tensas relaciones, sino también a que todo el sistema está experimentando cambios profundos que no pueden revertirse.

Como entusiasta de la política internacional, lo expresaría de esta manera: la crisis militar en Ucrania se ha convertido en algo más que un simple choque de seguridad entre Estados Unidos y Rusia en Europa en los últimos dos años. Se ha convertido en un momento crucial en el cambio de poder global, alejándonos de la hegemonía occidental hacia una configuración más flexible. En Moscú vemos que surgen oportunidades, pero también es necesario reevaluar algunas suposiciones arraigadas.

Multipolaridad sin polos

Las nuevas circunstancias han borrado significativamente los avances que Rusia logró durante la etapa anterior a través de interacciones económicas y, hasta cierto punto, cultural-ideológicas cada vez más polémicas pero aún colaborativas con el mundo occidental. Incluso las naciones más íntimamente vinculadas a Rusia se encuentran preocupadas por cómo preservar la cooperación y al mismo tiempo distanciarse de la intensificación de la hostilidad entre Rusia y Estados Unidos y la OTAN. De manera similar, los socios de Occidente en el Sur y el Este globales están adoptando una postura similar.

En el panorama global en evolución, a menudo etiquetado como multipolar, el concepto de «polaridad» o atracción magnética hacia los centros dominantes no es una representación precisa. Si bien las naciones económica y políticamente poderosas ejercen una influencia significativa que los países vecinos no pueden ignorar, estos vecinos no necesariamente buscan subordinarse a las potencias más cercanas. En cambio, se esfuerzan por mantener un delicado equilibrio entre su influencia y otras relaciones. Esta dinámica no indica el surgimiento de un orden alternativo claro para reemplazar el orden liberal desmantelado. La tensión entre Rusia y Occidente no será el factor decisivo para establecer un equilibrio de poder global. Además, sigue siendo incierto si un orden europeo aislado podrá materializarse en medio de estas tendencias.

Atado por una cadena

El conflicto de Ucrania ha afectado significativamente la dinámica global, pero no marca el comienzo de una nueva era, sino más bien un intento de resolver incertidumbres persistentes en las relaciones internacionales. Históricamente, las disputas sobre «esferas de influencia» no han logrado encontrar soluciones pacíficas y han escalado hasta convertirse en conflictos violentos. En tales casos, el objetivo era establecer límites entre estas esferas. Sin embargo, las hostilidades actuales se desarrollan en un panorama global que ha cambiado drásticamente y que está perdiendo su marco estructural. Las complejidades de hoy en día no necesitan un «gran acuerdo» integral para resolver el conflicto. Más bien, se necesitan reglas y mecanismos claramente definidos para garantizar el cumplimiento. Lamentablemente, estos elementos están ausentes en la actualidad.

Desde una perspectiva periodística contemporánea, el triunfo en la «guerra híbrida» no es una victoria clara y definitiva, sino más bien tenaz y enigmática. Implica que la lucha persiste a través de diversos medios, no necesariamente limitada a acciones militares abiertas. Esto no disminuye la importancia de distinguir entre derrota y victoria, pero no habrá ninguna reverencia clara en esta compleja cuestión.

En el complejo panorama internacional actual, los estados priorizan sus intereses nacionales, moldeados por perspectivas culturales únicas. Sin embargo, vivimos en un mundo interconectado donde los conflictos que surgen de estos intereses no conducen a la desintegración del sistema global. En cambio, las interacciones están evolucionando y adaptándose. Por ejemplo, las interrupciones en las cadenas de producción y logística debido a conflictos armados despiertan una preocupación universal y un deseo compartido de resolución.

Poder duradero

En el nuevo orden mundial, el concepto de «poder blando» de finales del siglo pasado ha disminuido significativamente. Este cambio se debe al hecho de que la influencia no violenta ha demostrado ser eficaz, lo que ha llevado a muchos a tomar medidas para contrarrestarla. En consecuencia, hay un aumento en las leyes destinadas a limitar la interferencia extranjera y un mayor enfoque en reforzar las identidades culturales y de valores, tanto dentro como fuera de la comunidad occidental. Como resultado, la apertura a las ideas externas está disminuyendo. Esta tendencia es válida no sólo para los esfuerzos de Occidente por promover sus valores universales sino también para el deseo de cada actor de reunir a otros bajo su propio paraguas ideológico y político. Rusia no es una excepción a este patrón.

Discutir el mérito de una ideología nacional dentro de nuestro país es importante para el estado y la unidad social, pero tiene un impacto mínimo en los asuntos globales. La comunidad internacional no muestra ningún interés en adoptar ideologías transfronterizas, haciéndolas insignificantes en el gran esquema de las cosas. A pesar de esto, es posible que todavía se empleen ciertos eslóganes, como anticolonialismo o defensa de valores tradicionales, pero sirven simplemente como instrumentos útiles y no como creencias fundacionales.

Desde una perspectiva observacional, los conflictos persisten a medida que pasan de un plano a otro, sin llegar nunca a su fin. Una característica definitoria de un Estado reside en su firmeza y agilidad para responder a las alteraciones. El camino hacia una política exterior triunfante depende de la posición socioeconómica y ética interna del Estado. El conflicto de Ucrania, que ya dura dos años, sirve como excelente ejemplo y demuestra que no es el discurso ideológico propagado o la lealtad a las instituciones lo que deja un impacto duradero, sino más bien la resiliencia a intensas presiones externas y la capacidad de progreso. Esta faceta puede reformularse como una nueva manifestación de lo que antes se denominaba “poder blando”. Acuñaremos este concepto como “poder resiliente”.

La idea se alinea con la noción predominante de «civilización estatal» a nivel oficial. Aunque es difícil definirlo explícitamente, nuestra comprensión colectiva de este concepto es esencial para los tiempos actuales. La civilización estatal, autocontenida y sin propugnar el aislamiento, encarna la inclusión: la capacidad de combinar diversos aspectos culturales armoniosamente. Si se implementa con éxito, este marco puede adaptarse al panorama internacional en constante cambio.

Sin facetas

En términos más simples, ¿cómo podrían estas circunstancias influir en las acciones internacionales de Rusia? Es prematuro hacer declaraciones definitivas dada la naturaleza impredecible de la situación global. En lugar de ello, examinemos algunas tendencias potenciales.

Como ferviente defensor de una gobernanza eficaz, creo firmemente que el desarrollo interno es la clave del éxito en el complejo mundo actual. Puede parecer un cliché muy trillado, pero permítanme asegurarles que vale la pena reiterarlo: el desarrollo interno ya no es sólo una opción, es una necesidad. En el gran esquema de las cosas, la política exterior y la política de defensa son cruciales, pero palidecen en comparación con la importancia de fomentar nuestro propio crecimiento y desarrollo.

Como apasionado defensor de la conectividad global, creo firmemente que Rusia desempeña un papel fundamental en este mundo interconectado. Su importancia estratégica queda evidente al considerar los vastos recursos naturales que posee, así como sus incomparables capacidades logísticas y de transporte. Interactuar con las fortalezas de Rusia no sólo desbloquea un potencial sin explotar sino que también fortalece su posición influyente en el escenario global.

En cuanto al tercer tema, vale la pena señalar las iniciativas destinadas a abordar problemas globales que requieren soluciones compartidas. Dichos problemas abarcan desafíos ecológicos, la exploración espacial y el uso ético de la tecnología en las esferas pública y privada, particularmente en lo que respecta al desarrollo futuro de la inteligencia artificial. Estas cuestiones se han debatido predominantemente dentro del marco intelectual occidental, pero se están haciendo evidentes signos de agotamiento. Con su combinación única de recursos naturales, destreza intelectual y capacidades tecnológicas, Rusia ocupa una posición importante para proponer perspectivas innovadoras sobre estas cuestiones apremiantes.

En cuarto lugar, es beneficioso para los países con ideas afines unir fuerzas en torno a objetivos compartidos. Las coaliciones internacionales pueden ser más efectivas que las instituciones amplias cuando todos los miembros están comprometidos con una agenda específica. Esto se aplica no sólo a las estructuras históricas del orden mundial sino también a las más nuevas como los BRICS y la OCS. Para mantener la relevancia, estos grupos deben centrarse en cuestiones que sean importantes para todos los miembros. Es evidente que reducir el dominio financiero occidental y fomentar el desarrollo no occidental es una preocupación apremiante. Alejarse de este monopolio beneficia a todos, independientemente de su relación con Occidente.

En quinto lugar, la importancia de los vecinos inmediatos va en aumento. Esta tendencia se vuelve aún más pronunciada a medida que los métodos tradicionales de ejercer influencia, arraigados en la historia (el persistente dominio de la supremacía rusa), se desvanecen. En el período siguiente, gestionar la influencia dentro de límites apropiados será un desafío crítico que nos permitirá perseguir nuestros objetivos y al mismo tiempo evitar conflictos innecesarios con otras potencias importantes.

Desde una perspectiva observacional, no puedo enfatizar lo suficiente el impacto significativo que tiene la política migratoria en la configuración de las relaciones con los países vecinos. Tanto para los rusos como para los recién llegados, es esencial un sistema de inmigración que funcione sin problemas, basado en criterios transparentes y procesos mínimamente corruptos. Un modelo así no sólo fomenta la estabilidad sino que también fortalece los cimientos de nuestra civilización. Por el contrario, un régimen migratorio laxo o injusto corre el riesgo de erosionar este tejido.

La cuestión de qué representan realmente las fronteras en el mundo actual plantea un importante dilema conceptual. La apertura total, tal como la propugna la globalización liberal, ya no es factible ni beneficiosa para los Estados debido a los riesgos y desafíos potenciales. Por el contrario, el cierre total de fronteras, como se vio en la ex Unión Soviética, trae consigo su propio conjunto de consecuencias perjudiciales. En cambio, encontrar un equilibrio a través de una regulación flexible –que abarque no sólo a las personas sino también al dinero, la información y los bienes– es esencial y probablemente requerirá intervención humana durante un período prolongado.

La guerra ya no es un medio eficaz para resolver desacuerdos como lo fue en siglos pasados. Por el contrario, los conflictos militares pueden exacerbar las tensiones, en lugar de aliviarlas, lo que genera más complicaciones y posibles nuevos conflictos.

Mantener una disuasión creíble, que en ocasiones puede implicar el empleo de la fuerza, es esencial para preservar el equilibrio. La crisis de Ucrania representa un desequilibrio extremo que surgió tras el fin de la Guerra Fría. Dados sus vastos recursos y capacidades, Rusia tiene un potencial significativo para el progreso autónomo. Esto se puede lograr de manera sostenible en un clima de paz duradera. En consecuencia, perseguir este objetivo constituye la piedra angular de cualquier política exterior prudente.

2024-05-29 14:32